Su primer contacto con el síndrome de Down fue por su hermana Pilar.

¿Cómo ha sido su relación con ella?
Pilar nació cuando yo tenía 6 años y eso ha hecho que yo haya vivido el síndrome de Down como algo natural. Somos 10 hermanos, y Pilar siempre ha sido la alegría de la casa.
¿Cómo es Pilar?
Tiene una sensibilidad especial. Cuando una persona está sufriendo, ella lo nota, se acerca y le da un abrazo. Es capaz de superar esa barrera que tanto nos cuesta a los demás, y entrar en la intimidad del otro.
¿Haber vivido con ella la ha preparado para afrontar su trabajo como médico de personas con Síndrome de Down en la fundación Jérôme Lejeune y su maternidad?
Sin Pilar seguramente no estaría donde estoy ni como médico ni como madre. Pilar ha sido siempre una alegría y una bendición, así que cuando llegó Juan no dudé en aceptarlo como una gracia.
“Si dices sí a una vocación que Dios te marca, todo va encajando”
¿Cómo fue la decisión de adoptar a Juan?
Víctor, mi marido, y yo, habíamos ido rumiando la idea de la adopción desde un curso de novios en el que nos hablaron de la fecundidad en el matrimonio. Eso nos impactó y nos hizo empezar a hablar del tema incluso antes de casarnos. Después fueron llegando señales clarísimas de Dios que nos iban ablandando el corazón y despertando esta vocación. Y no es que uno intentara convencer al otro. Era una llamada como matrimonio. Hasta que un día decidimos meternos en el proceso, sin haber tenido hijos hasta ese momento, y sin saber si algún día llegarían o no.
¿Cómo recibieron la llamada en la que les dijeron: “¿Queréis ser los padres de este niño?”
Nos llamaron un viernes y nos contaron que Juan había nacido hacía 5 días con una cardiopatía y si aceptábamos, el lunes estaríamos con él. Fue una descarga de adrenalina increíble. Aceptamos sin dudarlo y recibimos una oleada de amor de todas las personas que estaban alrededor, incluso de gente que no conocíamos. No teníamos nada para Juan y se nos llenó la casa de regalos, de todo lo necesario para recibir a un niño. Vimos claro que si dices sí a una vocación que Dios te marca, poco a poco todo va encajando.
¿Su maternidad ha cambiado su perspectiva del síndrome de Down?
No mucho, pero ahora les tengo aún más cariño. Y también siento mucha tristeza por el aborto de las personas con síndrome de Down o con cualquier otra enfermedad. Juan es la alegría de mi vida, y me cuesta asimilar que haya personas que decidan abortar porque no tienen a alguien que les cuente lo bueno de estas personas y el valor infinito que tiene su vida.
Incluso con sus dificultades…
Por supuesto, pero nadie te dice que un hijo sano no vaya a tener una enfermedad o no te vaya a dar ningún problema. Los padres estamos para acompañar a nuestros hijos, sea cual sea su situación.
Después de 6 años de matrimonio, pronto va a nacer vuestro segundo hijo. ¿Cómo interpretáis que hasta la llegada de Juan no hayáis concebido hijos?
Como te decía, el tema de adoptar lo llevábamos hablando desde el noviazgo. Luego nos casamos y los hijos no llegaban. Hoy sabemos que tenía que ser así, que todo está bien hecho. En cuanto conocimos a Juan en el hospital hubo una conexión desde el primer momento. Lo sentimos como nuestro.
¿Cómo es la relación con sus pacientes?
Muy amigable. Con otros pacientes es más normal guardar distancias, pero con ellos me sale tener un trato cercano. Además, es fácil que se cree un clima de simpatía, cariño y bromas. Eso da mucho color a la consulta. Por otro lado, ellos son adultos y ese clima de confianza ayuda a que puedan expresarse y sentirse cómodos. Me cuentan sus miedos, sus preocupaciones… Y es bonito poder ayudarles.
En España apenas nacen niños con síndrome de Down. ¿A qué se debe si la experiencia muestra que luego pesa más lo bueno?
España es uno de los países con mayor tasa de aborto en personas con síndrome de Down: más del 85%. Si la tendencia continúa, en 2050 ya no nacería ninguno. Es un exterminio en toda regla, por una mezcla de miedo y desconocimiento. Y como cada vez nacen menos, cada vez la gente conoce menos casos y lo que no conocemos nos da miedo. También vivimos en una sociedad que busca la comodidad. Así que ante una dificultad que te puedes quitar de en medio, la gente se la quita.
¿Qué podemos hacer los cristianos para revertir esta situación?
Dar testimonio. Pero las palabras se las lleva el viento, hay que verlo. Yo voy con Juan a todos lados y la gente lo adora. Entonces me pregunto si esas personas después de conocer a Juan serían capaces de abortar un bebé con síndrome de Down. En mi caso estoy siempre disponible para que los que se lo planteen puedan tener una segunda opinión, porque a veces el médico cuenta las dificultades, pero se guarda o no conoce la parte buena.
¿Qué les dice la gente por haber adoptado a Juan?
De todo… en el ambiente sanitario mucha gente nos preguntaba si sabíamos de verdad dónde nos metíamos. Y otros nos ven erróneamente como héroes capaces de afrontar algo que ellos no podrían afrontar. Les intento explicar que ha sido una vocación a la que hemos dicho que sí.
¿Qué papel juega la fe?
Un papel muy importante. Nosotros hemos conocido el amor de Dios y sabemos que sus regalos pueden ser complicados de entender. Hemos visto claro tantas veces su mano en este proceso… la carta de idoneidad para adoptar llegó el día de nuestro aniversario y los papeles definitivos de la adopción el día del padre.
“No conozco a nadie que se haya arrepentido de tener a un niño con síndrome de Down”
¿Qué les dirías a las familias que están esperando un bebé con síndrome de Down?
El amor que he experimentado con Juan nunca pensaba que podía existir. Les diría que cada hijo trae sus dificultades y que, por supuesto esto es una dificultad ya reconocida antes del nacimiento, pero que la alegría que te aporta una persona con síndrome de Down es infinita. Conozco personas que se han arrepentido de abortar a un hijo con síndrome de Down, pero no conozco a nadie que se haya arrepentido de tenerlo….
Fuente: www.revistamision.com (Marta Peñalver)